Estaba en su habitación meditando. Pensaba que las personas (sus amigos incluidos), eran fantasmagóricas. A veces se le ocurría que era posible que él estuviera muerto. Y como todo espíritu sin cuerpo, sólo pensó en salir de paseo sin ser percibido por los vivos.
La noche se le antojaba menos fría que las últimas. El invierno lo había acorralado en su habitación un largo tiempo. Se inventaba entretenimientos. Uno de ellos fue comprar una lámpara de baterías, esférica, que destellaba diferentes colores en pequeños intervalos de tiempo. Psicodélica. Se quedaba horas en la oscuridad viendo como los cambios cromáticos del objeto coordinaban con el sonido bajo y nítido que emitía el buffer.
Se decía a sus adentros que aquellos que cruzaban con su mirada, eran como él: almas errantes que intentaban comprender como era posible estar muertas y aun así, seguir teniendo aparentes los pies que nadaban sobre la tierra.
Pablo Guillén, Barcelona, noviembre de 2010.